Era un día soleado cuando decidí visitar Mérida. Fue de esos momentos en los que sientes que las oportunidades existen una vez y cómo no iba a serlo: me encontraba a 5 horas de dicha ciudad. Sin más preámbulos, tomé mi mochila, algún refrigerio para el camino y salí para la central de autobuses. Al abordar el autobús, lo único que pensé fue en disfrutar de mi viaje, olvidarme de todo lo que me pudiese preocupar… bueno, al menos eso fue la primera hora.
El trayecto me pareció bastante breve pues miraba por la ventana y reflexionaba acerca de los caminos para llegar a diversos destinos: la vegetación, el color de la tierra, las personas… todo tan distinto entre olores y matices que nos ha regalado la naturaleza. No cabe duda de que nuestro país es hermoso.
Apenas bajé del autobús, busqué algún hostal para pernoctar una noche. No pasarían 10 minutos de haber caminado, cuando pude encontrarlo. El precio fue de $140 pesos e incluía el desayuno. Mi preocupación ahora ya había terminado. Era sólo cuestión de disfrutar mi paseo.
Caminé algunas calles y me encontré con el Templo de San Juan Bautista, leí que se edificó entre 1769 y 1770 sobre una capilla del siglo XVI, como un acto de invocación a la protección de San Juan Bautista por parte de la población, debido a los tres azotes de langostas que arrasaron con los cultivos en 1552, 1616 y 1666.
Seguí a pie y me encontré con la majestuosa Catedral de San Idelfonso, la cual fue construida por órdenes del rey Felipe II. Un dato interesante es que ésta es la primera catedral que se edificó en tierra firme en todo el continente americano. Observarla es un deleite pues combina el estilo morisco en su interior y el renacentista en la fachada.
A pesar de que el viaje fue bastante ameno, mi estómago comenzaba a exigirme un poco de alimento, así que decidí visitar alguna cafetería en donde vendieran panuchos, pues, hasta este punto de mi vida, no tenía el gusto de conocerles.
Debo confesar que me encantó el sabor del chile habanero mezclado con la cochinita pibil, los frijoles, y la cebolla morada que remaban con una muy buena agua de jamaica natural. A pesar de que la boca me ardía horrores, no dejé de deleitarme con la salsa que, insisto, era bastante buena y, a decir del mesero muy fácil de preparar: se asan los chiles, luego se licuan con agua, un diente ajo, cebolla y sal al gusto.
Busqué la oficina de atención turística y me recomendaron el Paseo Montejo del Turibus. Es impresionante como aún se pueden conservar en perfecto estado las antiguas casonas como lo es el Palacio Cantón, actual sede del Museo de Antropología e Historia de Yucatán. Esta es una parada obligada para todos los amantes de la historia e identidad de un estado. En la planta baja, se pueden apreciar algunas piezas encontradas en el estado mientras que el la planta alta se ofrece al visitante conocer un compendio de fotografías de la vida del General Cantón.
Cabe mencionar que el Turibus pasa cada 45 minutos y puedes esperarlo en las paradas establecidas durante todo el día. Al abordar nuevamente pude apreciar el Monumento a la Bandera, obra en cantera rosa del Maestro Rómulo Rozo. Esta pieza merece ser apreciada con cuidado debido a los detalles con los que cuenta al narrar la historia de México.
De regreso, me maravillo con las hermosas casonas ubicadas en este paseo pues cada una de ellas se caracteriza por estilos arquitectónicos diversos. Algunas conservan su uso original, mientras otras, han sido ocupadas para diversos usos. Por ejemplo, las Casas Cámara o Gemelas, obra del arquitecto europeo M. Umbdenstock se comenzaron a construir en 1906. En ellas se pueden destacar elementos tales como los palacetes (una especie de palacios pequeños), la herrería de los balcones y las puertas de entrada, las cuales recuerdan a las de algunas residencias de París a principios del siglo XX.
Decido terminar mi recorrido en catedral y seguir hasta la Casa Montejo. El inmueble es hermoso y una de las características más importantes es que, de la construcción original, hoy sólo se conserva el portal de su fachada esculpido en piedra y de estilo plateresco, considerado el más importante de los que se realizaron en el país para un edificio residencial.
Ya los últimos rayos del sol se despiden de este lado del hemisferio. Camino sobre la calle 60 y arribo al Teatro José Peón Contreras en donde una chica me introduce de manera muy peculiar a la historia de Mérida. Mientras observo un carruaje muy cerca de mi, ella va haciendo hincapié en el modo de vida que tenían los mayas que habitaban (bastante bien por lo que me relata), y sin darme cuenta ya quiero conocer cómo fue el desarrollo histórico de tan bella ciudad; me invita a las “Noches de leyenda” que inician a las 20:30 hrs, y acepto.
Una noche como ninguna otra. Ésta es una de las manifestaciones culturales con más sentido a mi parecer, pues no sólo te relatan qué es lo que sucedió, sino también te hacen partícipe a través de relatos y sitios que se visitan como es el caso de algunos túneles con los que cuenta la ciudad.
Sin lugar a dudas, este día ha sido muy bueno. El hostal está cerca y me encuentro cansada. Veremos que pasa mañana al visitar Chichén Itza…
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