Por: Carlos Lázaro
Foto: Obra ubicada en La Condesa, D.F.
Autor: Carlos Lázaro
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Las ciudades consagran excelentes espacios para el
turismo. Aunque algunos sitios no posean los rostros más agradables gracias a la inseguridad y la existencia de sitios marginales alejados del imperio del
orden y la vigilancia, (pues cada urbe tiene sus problemas y sus carencias), hoy en día podemos apreciar en los lugares menos inesperados el fenómeno del “Street Art”, relacionado con el término Graffiti.
El graffiti se mira habitado por grupos de jóvenes a partir de los 13 años, hasta adolescentes de más de 30 años que pretenden ciertos estados y lugares de anarquía y rebeldía, en los que a través de sus trazos, encuentran su pertenencia a un grupo y el “derecho” (pocas veces bien visto), de “marcar un territorio” generalmente dispuesto sobre las fachadas de las casas de particulares o todo espacio urbano disponible, incluso monumentos históricos que no escapan a la necesidad obscura de los Graffiteros.
El graffiti se mira habitado por grupos de jóvenes a partir de los 13 años, hasta adolescentes de más de 30 años que pretenden ciertos estados y lugares de anarquía y rebeldía, en los que a través de sus trazos, encuentran su pertenencia a un grupo y el “derecho” (pocas veces bien visto), de “marcar un territorio” generalmente dispuesto sobre las fachadas de las casas de particulares o todo espacio urbano disponible, incluso monumentos históricos que no escapan a la necesidad obscura de los Graffiteros.
Foto: El Cuernito D.F.
Autor: Carlos Lázar
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Notamos a lo largo de un paseo por la ciudad, que la mayor de las
veces, estos trazos solamente responden al grutesco
cuneiforme de una firma, simples abstracciones de letras restiradas que buscan
cierto impacto visual, que por lo demás inintelegibles
al resto de los ciudadanos ajenos a su trazología, pero ineludiblemente
manifiestan un estado de inconformidad y decadencia de un grupo social, que
utiliza el “Graffiti” como válvula de escape y medio de difusión de su
“poderío”.
Sus trazos, se ubican en cualquier espacio disponible, postes, muros
bajos, muros completos de propiedades privadas, a lo largo de las principales
avenidas de los barrios y por encima de las marquesinas donde es posible
trepar, edificios abandonados, en la parte baja de los puentes como en Ciudad de México y Sao Paulo y uno de
los sitios preferidos es a lo largo de los muros que delimitan las vías del
tren como recuerdo haber visto en Francia y Holanda, por ejemplo.
En su práctica cotidiana los “Graffiteros”, se jactan en el trazo
burdo y meteórico que les permite su carácter subversivo y rebelde. En cambio, quienes entre ellos han aprendido a depurar sus técnicas, promueven un nuevo
tipo de discurso estético, uno muy propio y que va más allá del grafo simplón
que únicamente propicia una mayor contaminación visual y el enojo de los dueños
de las casas atacadas.
Estos chicos y otros no tan chicos, con talento para trazar con el aerosol, pueden crear verdaderos murales que más allá de su carácter netamente subversivo, podría valorizarse como una manifestación netamente artística.
Foto tomada cerca del metro Pantitlán, D.F.
Autor: Carlos Lázaro
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Cuando los grupos de
cazadores-recolectores pintaron
obras magníficas como las cuevas de Altamira y Laxcaux, hasta los Graffitis que
ocuparon los simples espacios de la antigua ciudad de Pompeya, la era actual de las obras callejeras
con aerosol debe llamar nuestra atención como una posibilidad de valorar un
discurso estético alejado de las academias de arte y como una forma de contar
formas de ver el mundo, que es también la forma natural en que se enriquece
todo patrimonio cultural.
Si bien la mayoría de estas obras serán pasajeras, hasta que otros
graffiteros se cansen de ver ese muro y sobrepongan un nuevo trazo o rayoneen
simplemente algo que no pueden superar, el muro se descarapele, el tiempo pase
y el dueño del muro repinte con algún color liso, valdría la pena preguntarse si es posible organizar rutas turísticas para apreciar
en su justa medida estas manifestaciones del arte urbano.
Mural ubicado en el Museo del Templo Mayor, D.F. Autor: Carlos Lázaro |
Nota: Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad del autor y no reflejan necesariamente, los puntos de vista de Fábrica de Productos Culturales y Turísticos.
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